Por Rodrigo F. Herrera
Profesor Escuela de Ingeniería Civil, Pontificia Universidad Católica Valparaíso
Desde que estudiábamos en el colegio se nos encargaban tareas o trabajos entre varios compañeros, los que informalmente llamábamos trabajo en grupo o en equipo, sin saber mucho a que se referían estos conceptos. Luego, en la educación superior el panorama no era muy distinto, siendo el volumen de la tarea la principal o única diferencia entre un trabajo individual y un trabajo en equipo. Pero ¿qué implicaba en la universidad “trabajar en equipo”? muchas veces se nos encargaba una misión a un grupo delimitado de estudiantes sin mayor antecedente de cómo trabajar en equipo, sino más bien todas las indicaciones estaban alineadas a las características técnicas y administrativas de los entregables solicitados. Nunca nos dijeron cómo debíamos enfrentar un trabajo en equipo; seguramente por desconocimiento de los mismos profesores acerca de esta materia, y una baja estandarización de lo que se entiende por trabajo en equipo.
Dadas las escuetas instrucciones para enfrentar el trabajo en equipo, nosotros la llevamos a cabo a partir de nuestra experiencia propia. Con algunas variaciones al respecto, el trabajo en equipo consistía en: una reunión entre los miembros del equipo de coordinación inicial, en donde se repartían las tareas o se particionaba el trabajo; luego, algún estudiante más interesado nos recordaba un plazo previo a la entrega para juntar las distintas partes; y finalmente, algún compañero, voluntario o no, se daba el trabajo de juntar todas las partes para su entrega final, sin mayor reflexión y análisis al respecto.
Luego, al entrar al mercado laboral, los reclutadores y organizaciones suelen solicitar la habilidad de trabajo en equipo a los postulantes. La mayoría de los trabajos, por no decir todos, requieren que trabajemos en equipos o que por lo menos tengamos algún nivel de interacción con otras personas. Ahora, a diferencia de la universidad estos equipos no necesariamente están formados por personas de la misma especialidad o con el mismo nivel de formación, por lo tanto, nos enfrentamos a un escenario que no necesariamente conocíamos. En la educación superior aún existen limitadas experiencias de trabajo interdisciplinario, dada su alta fragmentación por especialidades.
Supongamos, que resolvemos el tema de la comunicación entre personas que no son de la misma especialidad. ¿Cómo enfrentamos este trabajo en equipo? ¿sirven las prácticas del colegio o universitarias? ¿Basta con una reunión inicial para repartir tareas (propias de la especialidad), luego juntar todo y entregar, según los plazos impuestos o negociados con el cliente o usuario? No, lamentablemente siguen siendo las prácticas más habituales para enfrentar tareas en equipo en el mundo profesional. Un trabajo en equipo deficiente y poco integrado implicará que el entregable no siempre sea del más alto estándar y/o podría generar un desgaste organizacional que terminará socavando las relaciones laborales de los miembros de los equipos de trabajo.
El trabajo en equipo requiere varias actividades, por ejemplo: coordinación sistemática entre los miembros; gestión de compromisos y un entendimiento compartido entre todas las partes; cumplir con las tareas en plazo y calidad previamente acordada; resolver conflictos e imprevistos (porque van a existir); comunicación efectiva; y habilidad para integrar, debatir y analizar las tareas de los distintos miembros.
En definitiva, hoy la formación profesional carece de una adecuada educación de trabajo en equipo, puesto que no se crean instancias planificadas y guiadas para que los estudiantes desarrollen esta habilidad, y se está dejando este elemento de su formación a la suerte y experiencias propias de los estudiantes. No basta realizar trabajos entre varias personas para aprender a trabajar en equipo.