Por María José Escobar, presidenta EIVA y Directora General de VcM, UTFSM
Hace unos días, a propósito del Día Mundial de la Creatividad e Innovación, que se celebra este 21 de abril, conversando con un colega, éste indicaba que a su juicio “todo depende de cómo definamos innovación”. La definición de innovación no es arbitraria, sobre todo aquella promovida por la política pública, vista como un acelerador de desarrollo para países y comunidades. En ese sentido, el Manual de Oslo plantea concretamente “una innovación es un nuevo o mejorado producto o proceso (o la combinación de ambos) que difiere significativamente de los productos o procesos previos de la unidad institucional y ha sido puesto a disposición de potenciales personas usuarias (producto) o implementado en la unidad institucional (proceso)”.
Es así como la innovación puede existir a nivel de productos y procesos. Más aún, ésta nace de actividades basadas en conocimiento, ya sea poniendo en práctica conocimientos existentes o generando nuevos. Si bien no es la única forma, lo interesante es que a partir de las actividades de Investigación y Desarrollo (I+D) es posible obtener el conocimiento para que el proceso de innovación ocurra. Por ello, existe una serie de incentivos para que las empresas adopten actividades de I+D dentro de su quehacer de manera de realizar innovaciones en sus productos o procesos.
Uno de los factores habilitantes para que, realizando actividades de I+D podamos generar innovación, es la capacidad innovadora dentro de las organizaciones, tanto a nivel de gestión como dentro de los equipos de trabajo.
Las personas siempre serán el principal motor para innovar, siendo además una fuente de creatividad y nuevas ideas. En ese sentido, las organizaciones que apuntan a una gestión que incluya una ágil respuesta a desafíos externos, promover el aprendizaje continuo, alinear procesos en un objetivo común, y fomentar la creatividad, invierten recursos para amplificar sustancialmente las capacidades internas de innovación.
De este modo, como indica Richard Florida, se nutre una clase creativa, que no es más que el complemento entre personas empleadas en sectores de ciencia, ingeniería, investigación y desarrollo, más aquellas personas en ramas relacionadas con las artes o industrias intensivas en tecnología. Esta clase creativa se convierte en la precursora de los procesos de innovación.
Tal vez lo más importante dentro de esta reflexión, es que cada uno de los componentes mencionados, son parte de nuestra identidad regional. Contamos con la receta para el éxito: diversas instituciones de educación superior, un alto porcentaje de los integrantes de la academia desarrollándose en áreas de la ciencia e ingeniería, junto con diversos centros de investigación acompañados de un activo ecosistema de emprendimiento e innovación.