A propósito de la Pandemia del COVID-19, para nadie resulta sorprendente el impacto y las consecuencias negativas que debemos enfrentar a nivel mundial y de las cuales aún no tenemos certeza de sus verdaderos alcances, ni menos de su prolongación en el tiempo. Estos efectos no sólo impactarán en materia económica y de salud, sino también en el ámbito social y cultural donde sin duda se requerirá de nuevas formas de ver las cosas y que desde mi punto de vista deben estar basadas en el sentido común y la colaboración, que permita poner en el centro el bien común y el beneficio de las personas.
El primer gran desafío es en materia económica. Sin ir más lejos, el Fondo Monetario Internacional pronosticó una caída de -3% en la economía mundial, y para Chile de un -4,5%. Si bien, de un tiempo a esta parte, se han estado implementado una serie de mecanismos en pos de la reactivación económica, estas medidas no serán suficientes, pero se espera que puedan aplacar dentro de lo posible al sector económico nacional en el corto y mediano plazo.
No obstante a lo anterior, la crisis mundial que hoy nos afecta ha dejado en evidencia otro tipo de situaciones de las que ya no podemos hacer “vista gorda” como sociedad. Pobreza, desigualdad, segregación y falta de oportunidades son algunos de los principales problemas que deben abordarse hoy, generando una importante oportunidad de promover juntos un desarrollo global sostenible. En ese sentido, si lo vemos en el marco de La Agenda 2030, aprobada en 2015 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, representa una hoja de ruta para los estados miembros en el cumplimiento de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, con el fin de alcanzar la sostenibilidad económica, social y ambiental.
Lamentablemente el panorama actual no es alentador y se han levantado alertas respecto al porcentaje de avance en el cumplimiento de estas metas, donde el contexto mundial de pandemia exigirá mayor cooperación e integración de los diferentes actores que intervienen. Para contribuir a resolverlos, debemos volcarnos a tener una visión compartida, formando alianzas estratégicas entre instituciones públicas, privadas, ONG, universidades y sociedad civil que permitan una implementación local de soluciones a lo que hoy se ha hecho más evidente, reducir la desigualdad, disminuir la pobreza, poner fin al hambre, disponibilidad de servicios básicos, acceso a la educación y el cambio climático, por mencionar algunos.
Los esfuerzos deben enfocarse en priorizar las necesidades de las personas y el planeta, movilizar recursos para apoyar por sobre todo a los países en desarrollo y facilitar las tecnologías disponibles, al igual que la transferencia de conocimientos para apoyar la generación de capacidades eficientes. El compromiso de las instituciones colaboradoras, no debe quedar únicamente en lo declarativo, el llamado es a la acción inmediata y colectiva pero tomando en cuenta la individualidad y el contexto de cada territorio que requerirá distintas formas de abordar soluciones. El Rol de las universidades en este proceso es fundamental, más allá de generar y poner a disposición el conocimiento, debemos propiciar el diálogo intersectorial que fomente la articulación a través de la confianza, la reflexión y el trabajo estrecho con la comunidad en la búsqueda de soluciones que nos permitan avanzar en la co-construcción de una nueva visión de desarrollo económico, social y ambiental.