La mayoría de nosotros hemos vivido gran parte, sino toda nuestra vida, bajo un sistema donde el mercado es una institución en la cual todos participamos y obtenemos beneficios o bienestar al consumir. Interactuamos buscando satisfacer nuestras necesidades personales y pocas veces pensamos en cómo nuestra intervención afecta al resto; en resumen, actuamos de forma egoísta o individualista al menos.
En la situación actual, en las semanas cruciales para controlar la pandemia del coronavirus, se ha manifestado más claro que nunca que en nuestro quehacer y rutina cotidiana, actuamos igual que en el mercado: sólo pensamos en nuestras necesidades, sin importarnos como nuestra participación afecta al resto. Y esto queda demostrado con el comportamiento de muchos que no respetan distancia social, no usan mascarilla, acaparan productos básicos; otros que, estando infectados, salen a hacer “trámites”, van a sus segundas viviendas o postulan a beneficios que está otorgando el Estado sin tener la necesidad de hacerlo.
Y además de nuestro comportamiento, nos damos cuenta que el mercado es muy duro, que quienes sin pandemia tenían poca participación ahora no tienen acceso a él, que hay muchas más familias de las que creíamos que se encuentran en una situación muy frágil, que dependen de su trabajo diario, trabajo que en muchos casos no pueden realizar por cuarentenas y/o paralización de su actividad. Al mismo tiempo, vemos que quienes habitualmente participaban del mercado con tranquilidad, hoy lo siguen haciendo. El mercado nos está demostrando que no todos pueden satisfacer sus necesidades.
Resulta muy crudo darnos cuenta que el mercado entró en nuestro ADN, que pensamos y actuamos para satisfacer nuestras necesidades sin considerar como nuestras decisiones alteran las decisiones a otros y sin darnos cuenta como afectamos al entorno en que vivimos.
Necesitamos el mercado, pero uno distinto: uno que nos una y nos lleve a sus orígenes, cuando las personas de una zona se unían en la plaza del pueblo e intercambiaban sus productos con un ánimo colaborativo, buscando el bienestar en conjunto y donde las personas se alegraban que a su vecino le fuera bien, sin tratar de perjudicarlo.
Ojalá que esta experiencia tan difícil nos lleve a las raíces, a la esencia del mercado, que es hacer comunidad, una solidaria, generosa, participativa y no egoísta.