No cabe duda que la Innovación Social ha tenido un auge acelerado en los últimos años no sólo en nuestro país, sino que en todo el mundo. Hemos visto que distintos gobiernos han propiciado políticas públicas que impulsan la innovación social vista como una alternativa para dar respuestas a las problemáticas sociales que aquejan gravemente a nuestra sociedad. Éstas, marcadas por una alta desigualdad social a causa de un modelo neoliberal que si bien se puede llamar “éxitoso”, en lo que respecta generación de riquezas, también lo fue en la acumulación de estas mismas; no haciéndose cargo de generar una distribución de los recursos de manera igualitaria, y propiciando altos índices de desigualdad, en donde lamentablemente nuestro país ha sido uno de los principales afectados a nivel latinoamericano y mundial.
Particularmente en Chile, la IS ha tomado fuerzas a desde el año 2014 a partir de los compromisos del gobierno de aquel entonces lanzando la Agenda de Productividad, Innovación y Crecimiento (2014), a ejecutarse entre 2014 y 2018, en la que se establecieron una serie de medidas entre las que se encuentra la creación de un programa de innovación social. Este programa se abordó desde diferentes aristas, la primera tuvo relación con la generación de un marco normativo y regulatorio que garantice una correcta ejecución de la innovación social; la segunda tuvo relación al financiamiento, debido a la insuficiencia de subsidios y capitales de riesgo existentes en aquel entonces con foco en emprendimiento de carácter social, en donde se desarrollaron dos programas a cargo de Corfo. Por un lado, el casi extinguido SSAF-S y por otro el Programa de Innovación social; finalmente, una tercera arista es en lo que respecta a las contribuciones en el campo del conocimiento, donde se promueven instancias de discusión y creación, para establecer bases del conocimiento en torno a la temática.
Pese a tratarse de un campo de estudio y de interés reciente por parte de las organizaciones tanto públicas como privadas, lo cierto es que la innovación social en su forma y fondo siempre ha sabido dar respuestas a las problemáticas sociales. En ese sentido nos encontramos en el siglo 19 tras la ola de industrialización y urbanización, una de las primeras innovaciones sociales a nivel organizacional y empresarial de la cual se tienen registros, dando como resultado en aquel entonces a nuevas estructuras organizacionales como lo fueron las cooperativas, mutuales de ayuda, microcréditos, cajas, cooperativas, sindicatos, entre otros. Estas organizaciones, innovadoras en su época, cambiaron y reestructuran las formas empresariales, organizándose en torno a valores como la equidad, la justicia, la fraternidad económica, la solidaridad social, el compromiso con el entorno y la democracia directa, una verdadera revolución para aquel entonces y porque no, también para el presente.
Por esto me gusta decir que la innovación social es y será respuesta, sin embargo, para que la sea debemos tener la capacidad de actuar en todo momento en base a valores predominantes como la colaboración, cooperación, ayuda mutua, solidaridad y democracia. Como lo hacen y lo hicieron las organizaciones de la economía social, siendo el desafío del ecosistema poner en valor la significancia que tiene la cooperación y colaboración, reestructurando nuestras organizaciones empresariales y sociales en torno al beneficio mutuo y conjunto, siendo la innovación social la forma que nos permita resolver nuestros problemas sociales presentes y futuros, poniendo en el centro de nuestro quehacer por un lado aquellos que hoy se encuentran en posiciones de vulnerabilidad, a raíz del modelo económico imperante que tanta desigualdad ha generado, pero también a las comunidades en su conjunto, solo así lograremos hacer de la innovación social la respuesta que siempre hemos esperado de ella.